
Pasa el tiempo y me voy dando cuenta de las cosas. La pena ahora mismo es que sé que esta entrada no se la va a leer nadie de los que yo quisiera, porque ya tengo experiencia en lo que yo llamo mi "literatura protesta" y sé las repercusiones que posteriormente tiene.
Desde siempre me he sentido una niña rara, alguien que siempre ha estado fuera de lugar. Mi mundo pertenecía a Andalucía y a España, pero no al planeta Tierra.
Odiaba el colegio y lo decía con toda la sinceridad del mundo a pesar de haber tenido una maestra que era igual que un dictador. Pocas son las veces que he jugado a la escuelecita, pues era como no desconectar en mi tiempo libre. Si alguna vez me he puesto a jugar con otra niña a este juego, acababa mala: ¡Qué asco de escuela! También hay que decir que mi odio hacia el colegio no tiene toda la culpa de mis malos ratos, porque sentirse manipulada por niñas dominantas también tenía castaña.
Todos los niños cuando somos pequeños intentamos imitar lo que vemos de los mayores. En teoría, lo mejor es ser uno mismo y si sabes muchas cosas, siempre y cuando conserves la humildad, será bueno. En teoría, porque en la práctica... Mi afición por la escritura y por lo medios de comunicación no es de ahora, me viene desde muy pequeñita. Siempre he tenido las dos aficiones muy entremezcladas y a lo mejor esto parecerá una tontería, pero siempre se me ha mirado mal el que yo incluya personajes famosos en mis cuentos. Por no decir que tengo muy buena memoria para todo lo absurdo y lo que veía en la televisión, se me quedaba en el recuerdo para siempre. Luego soltaba el rollo que me aprendía de la tele donde fuera y ya se me consideraba la niña más repelente del mundo. Recuerdo que las mayores obsesiones que tuve al terminar mi infancia fueron Miguel Induráin y los Juegos Olímpicos de Atlanta (patriota española hasta decir basta, no lo puedo evitar). Tenía ganas de venir a Santaella y compartir mis emociones deportivas con los demás, pero tenía que callarme porque mientras para mí una medalla olímpica por parte del equipo español significaba pleno orgullo, para la gente no significaba nada. Y que ni se me ocurriera llamar a ningún deportista por su nombre, que según mucha gente, eso era de ser repipi y de dármelas de que sabía mucho. Si me hubiera pasado eso ahora, habría mandado a todos al carajo, pero como en esa época solo tenía doce años, todo me afectaba demasiado.
¿Por qué tenía que ser yo tan rara? ¿Por qué me gustaba jugar a las presentadoras y no a las maestras como se supone que era lo normal? ¿Quién me mandó tener tan buena memoria? Y lo peor de todo: ¿por qué había tantísima gente empeñada todos los días en ser superior a mí? Yo nunca he querido ser ni mejor ni peor que nadie, únicamente quería ser normal. Hubo un tiempo, allá por los once años, en el que me sentía una niña más y sinceramente, no hay nada mejor en este mundo que sentir que eres normal, así que no entiendo el empeño de la gente por destacar aunque solo sea a base de pisotear a los demás: ¡Con lo mal que lo pasa uno sintiéndose raro!
De adolescente mejor ni hablar. Solo decir que en muchísimas ocasiones he tenido que fingir ser tímida y no saber de nada para que los demás me aceptasen y me considerasen normal.
Una vez entré a la universidad, concretamente a la facultad de Traducción e Interpretación, dejé mi falsa timidez enterrada en Santaella ya que descubrí que siendo una chica sin sentido del ridículo, caía bien a la gente. Además, más de un profesor me dijo que no tener vergüenza de nada era una virtud muy grande. El primer año estuve muy bien, pero una vez pasó, volví a encontrarme con los tipejos angustiados por sentirse superiores a todo el mundo, incluida yo. Y es que a más de uno le interesaba que yo fuera tonta, pero no de las que dicen tonterías, sino de las deficientes mentales. Pensaba terminar esa carrera, pero después tenía bien claro que quería estudiar Periodismo. Hubo quien me dijo que nunca dejara Traducción, que una licenciatura es una licenciatura. Vale, ¿entonces Periodismo que es, "derecho al campo"? Muchos se ofenderían al ver esto escrito, pero es la verdad: a más de uno y a más de dos le he contado más de una vez que mi sueño es ser escritora y periodista de deportes y se han reído de mí en mi cara, pobrecitos.
Ahora estoy estudiando Periodismo y no voy a decir que mi relación con la gente esté mejor que nunca porque sería mentir. Además, la gente que no confiaba en mí me dio la espalda el año pasado. Bueno, basta ya de hablar de la gente. Creo que con todo lo dicho anteriormente ya tengo más que homenajeados a todos los traidores y desmoralizadores profesionales que han pasado por mi vida. Lo que quería decir es que ahora sí que me siento cómoda llamando a cada uno por su nombre, compartiendo mi vocación de informar con los demás, careciendo del sentido del ridículo, imponiendo mis sentimientos por encima del "qué dirán" (recordemos que vivimos en una sociedad en la que está permitida toda libertad de expresión menos la mía). Ahora comprendo por qué me comportaba de esa manera cuando era chiquita. Ni era rara, ni era repelente, ni era subnormal: simplemente apuntaba maneras de ser periodista en un futuro y tener muchas aptitudes para la escritura. Es cierto que se pasa muy mal teniendo tanta creatividad en la cabeza porque te sientes diferente y casi nadie te comprende. Sin embargo, esta "virtud" no es del todo mala porque un par de líneas bien escritas y una información bien elaborada compensan todas las penas y en el fondo te hacen sentir feliz.
Posdata: un abrazo muy fuerte a la familia de Marta del Castillo y desde aquí mi más sentido pésame. Ojalá nadie apostase por nuestras ilusiones pero al menos nos dejaran vivir, que es el regalo más grande que nos ha dado Dios y nadie tiene derecho a quitárnoslo.